Sol, playa, buena gente, cazadores, galgueros y maltratadores de animales

04.08.2023

Quizá este título no tenga mucho sentido, pero sigan leyendo, lo van a encontrar.

Es sabido por todos que Andalucía es grande, no solo por su extensión (97.579 km2), sino por todo lo que hay en su interior, su gente, la forma de vivir, el sol, sus playas.

Pero en su conjunto, también podemos encontrar sectores menos apetecibles, más dañinos y cancerígenos para una sociedad. Me refiero a cazadores, galgueros y maltratadores de animales, actividades fomentadas por algunas fuerzas políticas de este país, pero esto no va de política.

Prueba de ello, esta imagen que les pongo, se trata de Canela, un nombre que posiblemente nunca haya tenido y que le asigné minutos antes de morir, ¿Qué menos que irse de este mundo teniendo nombre? es lo mínimo exigible para tener algo de dignidad. Sin nombre solo somos objetos numerados, como en los campos de concentración.

Canela es (era) una galga color crema, de patas finas pero de muslos duros y musculosos. De pecho ancho. Diría que cinco o seis años de edad.

Durante su vida, seguramente cruel, tuvo que ser hermosa y elegante. Hoy ensangrentada, agujereada en muchos lugares de su cuerpo, faltándole trozos de musculatura, seguía siéndolo.

La encontramos casi de casualidad, oculta bajo la sombra de un olivo, fue inteligente para buscar el lugar de la rendición, no tuvo más remedio.

Al pasar a su lado pensamos que era uno de los perros muertos que, a veces, puedes encontrar en el campo o en un pozo, he sido testigo. Pero no, Canela aún respiraba.

Al acercarnos aceleró el movimiento de sus costillas, seguramente por miedo a que le hicieran más daño. Eso era imposible, más no le cabía en el cuerpo.

El aire parecía quemarle dentro, su boca se hacía cada vez más pequeña aunque la lengua seguía tocando la tierra.

Nos acercamos, la miramos más de cerca, le miramos los ojos, casi fijos, unas bolas redondas de color negro y rojo, por la sangre.

Era evidente que de ahí no saldría.

Hicimos llamadas para pedir ayuda, a la Policía Local (se pondrían en contacto con la perrera), a una amiga que conoce a varias asociaciones, a una clínica veterinaria para pedir el último auxilio en forma de inyección. Todo en vano.

Solo nos quedó darle unas últimas caricias, quizá las únicas que recibió en su vida. Notó nuestro contacto en el torso, los muslos, la cara y la cabeza.

Su respiración se hizo más pausada, más tranquila, el aire en sus pulmones parecía no quemarle ya. Se apagó.

Canela recibió un castigo que ningún ser vivo merece, y la persona que lo hizo, jamás pagará las consecuencias, posiblemente ande lejos de allí, posiblemente esté en la playa. Ya saben es agosto y estamos en Andalucía. 

La Columna - Artículos de Opinión
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